Cuando San Jeremías era un anciano, que lucía barba blanca y
que podía mirar hacia atrás a una larga vida, se sentaba con sus amigos y le
contaba anécdotas de su vida.
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imagen cortesia de
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“Cuando era joven tenía un temperamento fogoso y sentía el
impulso de cambiar el mundo. Rezaba todos los días a Dios que me bendijera con
fuerzas extraordinarias para poder convertir la humanidad y transformar el mundo
en un lugar mejor.
Pero ya en la madurez, desperté de golpe y me di cuenta de
que había pasado la mitad de mi vida y el mundo seguía siendo el mismo.
A partir de ese momento le rogué a Dios que me diera fuerzas para salvar a
todos con los que estaba vinculado y para poder ayudar a aquellos que con más
urgencia lo necesitaba.
Ahora que soy un anciano y que mis días están contados, mis
súplicas a Dios son muchos más modestas. Mi única oración es: “Dios concédeme la
gracia de cambiarme a mí mismo”.
Si ésta hubiese sido mi petición desde el principio hubiese
logrado más”.
La vida se mueve en ciclos y no hay camino de vuelta.
Extraído del libro Mándalas
Fuerza para el alma y el espíritu.
de Marlies y Klaus
Holitzka
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